Marcello Mastroianni interpretó el personaje de Pereira en la película dirigida por Roberto Faena en 1995 |
Marta se quitó el sombrero y lo dejó sobre la mesa. Del sombrero salió una cascada de cabellos castaños con reflejos pelirrojos, sostiene Pereira, parecía tener algún año más que su compañero, veintiséis o veintisiete años quizá, de modo que le preguntó: y usted ¿a qué se dedica? Escribo cartas comerciales para una empresa de exportación e importación, respondió Marta, trabajo sólo por las mañanas, así que por la tarde puedo leer, pasear y ver de vez en cuando a Monteiro Rossi. Pereira sostiene que le pareció extraño que ella llamara al joven Monteiro Rossi por sus apellidos, como si fueran solamente colegas de trabajo, de todas formas no objetó nada y cambiando de tema dijo, por decir algo: Pensaba que era usted de las juventudes salazaristas. ¿Y usted?, replicó Marta. Bueno, dijo Pereira, mi juventud hace ya bastante que se esfumó, en lo que se refiere a la política, aparte de que no me interesa mucho, no me gustan las personas fanáticas, me parece que el mundo está lleno de fanáticos. Hay que distinguir entre fanatismo y fe, respondió Marta, porque uno puede tener ideales, por ejemplo que los hombres sean libres e iguales, e incluso hermanos; perdóneme, pero en el fondo me estoy limitando a recordar la revolución francesa, ¿cree usted en la revolución francesa? Teóricamente sí, respondió Pereira; y se arrepintió de ese teóricamente, porque hubiera querido decir: En la práctica, sí; pero en el fondo había dicho lo que pensaba. Y en aquel momento los viejecitos de la viola y la guitarra comenzaron a tocar un vals en fa, y Marta dijo: Señor Pereira, me gustaría bailar este vals con usted. Pereira se levantó, sostiene, le ofreció el brazo y la condujo hasta la pista de baile. Y bailó aquel vals casi con arrobamiento, como si su tripa y toda su carne hubieran desaparecido como por encanto. Y mientras tanto miraba al cielo por encima de los farolillos coloreados de la Praça da Alegria y se sintió minúsculo, confundido con el universo. Hay un hombre obeso y entrado en años que baila con una joven en una plaza cualquiera del universo, pensó, y entretanto los astros giran, el universo está en movimiento, y tal vez alguien nos esté mirando desde un observatorio infinito.
Págs. 25 y 26. Sostiene Pereira. Antonio Tabucchi. Anagrama