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Aquí encontrarás una selección accidental de textos literarios pertenecientes a obras clásicas de la Literatura universal. Sin otro criterio que el gusto y el azar seguidos por el profesor de Lengua Rafael Bermúdez Ortiz, el alumnado tiene la oportunidad de acercarse a algunos de los títulos y autores más célebres del canon literario occidental mediante este catálogo de citas, páginas y recortes. Ojalá disfruten tanto como el autor de su lectura.

La irrupción del consumismo


Imagen de un supermercado norteamericano en los años 70

La llegada cada vez más rápida de los objetos hacía retroceder el pasado. La gente ya no se preguntaba sobre su utilidad, simplemente quería poseerlos y sufrían por no ganar el suficiente dinero para poder conseguirlos inmediatamente. Se acostumbraban a rellenar cheques, descubrían las ‘facilidades de pago’, el crédito Sofinco. Se sentían a gusto con la novedad, orgullosos de servirse de una aspiradora y de un secador de pelo eléctrico. La curiosidad podía más que la desconfianza. Se descubrían los platos crudos y los flambeados, el ‘steak tartare’, la carne a la pimienta, las especias y el kétchup, el pescado empanado y el puré en copos, los guisantes congelados, los palmitos en lata, el ‘aftershave’, el Obao en la bañera y el Canigou para perros. 

Las cooperativas iban dejando paso a los supermercados donde a los clientes les encantaba tocar la mercancía antes de comprarla. Nos sentíamos libres, no pedíamos nada a nadie. Cada tarde, las galerías Barbès acogían a los compradores con un ‘bufé rústico’ gratuito. Las jóvenes parejas de las clases medias compraban la distinción con una cafetera Hellem, con el Eau Sauvage de Dior, una radio con FM, una cadena hi-fi, estores venecianos y tela de saco para tapizar las paredes, un salón en madera de teca, un colchón Dunlopillo, un chifonier o un secreter, muebles cuyos nombres conocían sólo por las novelas. Visitaban los anticuarios, invitaban con salmón ahumado, aguacates con gambas, ‘fondue bourguignonne’, leían Playboy y Lui, Barbarella, Le Nouvel Observateur, Teilhard de Chardin, la revista Planète, soñaban leyendo los anuncios por palabras de pisos de ‘alto standing’, con vestidor, en ‘complejos residenciales’ (solo el nombre ya era un lujo), cogían el avión por primera vez ocultando su angustia y se emocionaban al ver unos cuadraditos verdes y dorados allá abajo, se ponían nerviosos porque aún no les habían puesto el teléfono que pidieron hace un año. Los demás no veían la utilidad de tenerlo y seguían yendo a Correos, donde el empleado de la ventanilla les marcaba el número y los mandaba a una cabina.

La gente no se aburría, quería aprovechar el tiempo. En un informe gubernamental que tuvo mucha repercusión, Reflexiones para 1985, el futuro parecía radiante, de las tareas duras y desagradables se encargarían los robots, todos los individuos tendrían acceso a la cultura y el saber. Confusamente, el primer trasplante de corazón, lejos, en Sudáfrica, parecía un paso hacia la erradicación de la muerte.


La profusión de cosas escondía la escasez de ideas y el desgaste de las creencias.


Annie Ernaux. Los años