Casa de Chateaubriand en La Vallée-aux-Loups |
Hace cuatro años que, a mi regreso de Tierra Santa, compré
cerca de la aldea de la aldea de Aulnay, en las inmediaciones de Sceaux y de
Châtenay, una casa de campo, oculta entre colinas cubiertas de bosques. El
terreno desigual y arenoso perteneciente a esta casa no era sino un vergel
salvaje en cuyo extremo había un barranco y una arboleda de castaños. Este
reducido espacio me pareció adecuado para encerrar mis largas esperanzas; patio
breva spem longam reseces. Los árboles que he plantado prosperan, son tan
pequeños aún que les doy sombra cuando me interpongo entre ellos y el sol. Un
día me devolverán esta sombra y protegerán los años de mi vejez como yo he
protegido su juventud. Los he elegido, en lo posible, de cuantos climas he
recorrido; me recuerdan mis viajes y alimentan en el fondo de mi corazón otras
ilusiones.
Si alguna vez son repuestos en el trono los Borbones, lo único que les pediría, en recompensa por mi fidelidad, es que me hicieran lo bastante rico como añadir a mi heredad la zona colindante de bosque que la rodea; ésta es mi ambición; quisiera aumentar en algunas fanegas mi paseo: aunque soy un caballero andante, tengo los gustos sedentarios de un monje: desde que vivo en este lugar de retiro, no creo haber puesto los pies más de tres veces fuera de mi recinto. Si mis pinos, mis abetos, mis alerces y mis cedros llegan alguna vez a ser lo que prometen, la Vallée-aux-Loups se convertirá en una verdadera cartuja. (…)
Árboles plantados por Chateaubriand en La Vallée-aux-Loups, en la actualidad |
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este lugar; ha reemplazado para mí los campos paternos; lo he pagado con el
producto de mis sueños y desvelos; es al gran desierto de Atala al que debo el
pequeño desierto de Aulnay; y para crearme este refugio, no he expoliado, como
el colono americano, al indio de las Floridas. Tengo apego a mis árboles; les
he dedicado elegías, sonetos, odas. No hay uno solo de ellos que yo no haya
cuidado con mis propias manos, que no lo haya librado del gusano que ataca sus
raíces, de la oruga adherida a su hoja; los conozco a todos por sus nombres
como si fueran hijos míos: es mi familia, no tengo otra, espero morir en medio
de ella.
Págs. 13-14. Memorias de ultratumba. Chateubriand. Editorial
Acantilado