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Boy and Moon (sin fechar). Edward Hopper |
Mi padre me negaba constantemente permisos que se me habían
consentido en los pactos más generosos otorgados por mi madre y por la abuela,
porque él no se preocupaba de los «principios» y con él no existía el «Derecho
de gentes». Por un motivo totalmente circunstancial, o, incluso sin motivo, en
el último momento me anulaba determinado paseo tan habitual, tan consagrado que
era imposible privarme de él sin perjurio, o bien, como había hecho aquella
misma noche, mucho antes de la hora ritual me decía: «Vamos, sube a acostarte,
sin explicaciones». Pero, como no tenía principios (en el sentido de la
abuela), propiamente hablando tampoco era intransigente. Me miró un instante
con aire atónito y enojado, y luego, cuando mamá le explicó con unas cuantas
palabras confusas lo que había ocurrido, le dijo: «Pues vete entonces con él,
ya que según decías hace un momento no tienes ganas de dormir, quédate un rato
en su cuarto, no necesito nada.- Pero, querido, respondió tímidamente mi madre,
tenga o no tengas ganas de dormir, eso no cambia nada, no se puede acostumbrar
a este niño... - No se trata de acostumbrar, dijo mi padre encogiéndose de
hombros, ya ves que el pequeño sufre, parece desolado el pobre niño; ¡vamos, no
somos verdugos! Si por tu culpa se pone malo, no adelantas nada. Como hay dos
camas en su cuarto, dile a Françoise que te prepare la grande y por esta noche
acuéstate a su lado. Venga, buena, noches, yo que no soy tan nervioso como
vosotros, voy a acostarme».
A mi padre
no se le podía dar las gracias; le hubiera enojado lo que él llamaba
sensiblerías. Permanecí quieto, sin atreverme a hacer ningún movimiento; él
seguía delante de nosotros, muy alto, con su camisón blanco bajo el pañuelo de
cachemira de la India violeta y rosa que se anudaba alrededor de la cabeza
desde que padecía neuralgias, con el gesto de Abraham en el grabado copia de
Benozzo Gozzoli que me había dado el señor Swann, diciéndole a Sara que ha de
separarse de Isaac. Hace muchos años de esto. La pared de la escalera por donde
vi subir el reflejo de su vela hace mucho tiempo que no existe. También dentro
de mí se han destruido tantas cosas que yo creía que debían durar siempre y se
han edificado otras nuevas dando nacimiento a nuevas penas y alegrías que
entonces no habría podido prever, lo mismo que las antiguas se me han vuelto
difíciles de comprender. También hace mucho que mi padre ha dejado de poder
decir a mamá: «Vete con el niño». Nunca renacerá para mí la posibilidad de esas
horas. Pero desde hace poco empiezo a percibir con toda claridad, si escucho
atentamente, los sollozos que tuve el valor de contener delante de mi padre y
que únicamente estallaron cuando volví a encontrarme a solas con mamá. En
realidad nunca han cesado; y sólo porque ahora la vida calla más a mi alrededor
los oigo de nuevo, como esas campana conventuales que los ruidos de la ciudad
cubren tan bien durante el día que las creeríamos detenidas, pero que se ponen
a sonar de nuevo en el silencio del atardecer.
Págs. 35-36. Por el camino de Swann (1913). Marcel Proust.
Valdemar.