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Aquí encontrarás una selección accidental de textos literarios pertenecientes a obras clásicas de la Literatura universal. Sin otro criterio que el gusto y el azar seguidos por el profesor de Lengua Rafael Bermúdez Ortiz, el alumnado tiene la oportunidad de acercarse a algunos de los títulos y autores más célebres del canon literario occidental mediante este catálogo de citas, páginas y recortes. Ojalá disfruten tanto como el autor de su lectura.

El beso de buenas noches no volverá


Boy and Moon
(sin fechar). Edward Hopper

Mi padre me negaba constantemente permisos que se me habían consentido en los pactos más generosos otorgados por mi madre y por la abuela, porque él no se preocupaba de los «principios» y con él no existía el «Derecho de gentes». Por un motivo totalmente circunstancial, o, incluso sin motivo, en el último momento me anulaba determinado paseo tan habitual, tan consagrado que era imposible privarme de él sin perjurio, o bien, como había hecho aquella misma noche, mucho antes de la hora ritual me decía: «Vamos, sube a acostarte, sin explicaciones». Pero, como no tenía principios (en el sentido de la abuela), propiamente hablando tampoco era intransigente. Me miró un instante con aire atónito y enojado, y luego, cuando mamá le explicó con unas cuantas palabras confusas lo que había ocurrido, le dijo: «Pues vete entonces con él, ya que según decías hace un momento no tienes ganas de dormir, quédate un rato en su cuarto, no necesito nada.- Pero, querido, respondió tímidamente mi madre, tenga o no tengas ganas de dormir, eso no cambia nada, no se puede acostumbrar a este niño... - No se trata de acostumbrar, dijo mi padre encogiéndose de hombros, ya ves que el pequeño sufre, parece desolado el pobre niño; ¡vamos, no somos verdugos! Si por tu culpa se pone malo, no adelantas nada. Como hay dos camas en su cuarto, dile a Françoise que te prepare la grande y por esta noche acuéstate a su lado. Venga, buena, noches, yo que no soy tan nervioso como vosotros, voy a acostarme».

          
A mi padre no se le podía dar las gracias; le hubiera enojado lo que él llamaba sensiblerías. Permanecí quieto, sin atreverme a hacer ningún movimiento; él seguía delante de nosotros, muy alto, con su camisón blanco bajo el pañuelo de cachemira de la India violeta y rosa que se anudaba alrededor de la cabeza desde que padecía neuralgias, con el gesto de Abraham en el grabado copia de Benozzo Gozzoli que me había dado el señor Swann, diciéndole a Sara que ha de separarse de Isaac. Hace muchos años de esto. La pared de la escalera por donde vi subir el reflejo de su vela hace mucho tiempo que no existe. También dentro de mí se han destruido tantas cosas que yo creía que debían durar siempre y se han edificado otras nuevas dando nacimiento a nuevas penas y alegrías que entonces no habría podido prever, lo mismo que las antiguas se me han vuelto difíciles de comprender. También hace mucho que mi padre ha dejado de poder decir a mamá: «Vete con el niño». Nunca renacerá para mí la posibilidad de esas horas. Pero desde hace poco empiezo a percibir con toda claridad, si escucho atentamente, los sollozos que tuve el valor de contener delante de mi padre y que únicamente estallaron cuando volví a encontrarme a solas con mamá. En realidad nunca han cesado; y sólo porque ahora la vida calla más a mi alrededor los oigo de nuevo, como esas campana conventuales que los ruidos de la ciudad cubren tan bien durante el día que las creeríamos detenidas, pero que se ponen a sonar de nuevo en el silencio del atardecer.


Págs. 35-36. Por el camino de Swann (1913). Marcel Proust. Valdemar.