Dalias: El jardín de Gennevilliers (1895). Gustave Caillebotte |
El día siguiente se hizo interminable. Emma se paseó por el
jardincillo, recorrió una vez y otra los mismos senderos, se paró delante de
los arriates, delante del emparrado, delante de la estatuilla del cura de
escayola, y contemplaba atónita todas aquellas cosas de antes, que se sabía de
memoria. ¡Qué lejos le parecía ya lo del baile! Y ¿quién alejaba a tanta
distancia la mañana de anteayer, apartándola así de la tarde de hoy? El viaje a
La Vaubyessard había abierto una zanja en su vida, a la manera de esas grandes
grietas que en una sola noche cava a veces la tormenta en las montañas. Pero
acabó por resignarse: guardó en la cómoda devotamente su precioso atavío y los
zapatitos de raso cuya suela se había amarilleado al frotarse contra el suelo
encerado y resbaladizo. Su corazón era como aquellos zapatos: al frotarse con
la riqueza se le había pegado por debajo algo cuya huella jamás desaparecería
ya.
Y el
recuerdo de aquel baile vino a convertirse para Emma en una especie de
quehacer. Siempre que llegaba un miércoles, se decía, al despertar: «Hace ocho
días... , hace quince... , hace tres semanas estaba yo allí, ¡ay!»
Hasta que
poco a poco las fisonomías se le fueron confundiendo en el recuerdo; olvidó el
aire de las contradanzas, dejó de ver con nitidez las libreas y las estancias y
muchos detalles se le esfumaron. Pero la añoranza persistía.
Pág. 54. Madame Bovary (1856). Gustave Flaubert. El Mundo
Jardín. Gustave Caillebotte (?) |