Imagen del Pripyat en los años 80, antes de la explosión de Chernóbil. |
- Cuando vivíamos en el socialismo, nos prometieron que había sitio para todos bajo el sol. Ahora nos dicen que sólo si vivimos de acuerdo con las leyes de Darwin podremos comer del cuerno de la abundancia. Que la abundancia es sólo para los más fuertes. Y yo... Yo soy de las débiles. Yo no soy una luchadora... Yo tenía un esquema muy básico y vivía de acuerdo con él. Un orden: la escuela, los estudios superiores, la familia. Mi marido y yo ahorrábamos para comprar un apartamento en régimen cooperativo y después ahorraríamos para comprar un coche... Cuando nos arrojaron al capitalismo, me rompieron ese esquema... Soy ingeniero de profesión y trabajaba en un instituto de investigación que llamaban «instituto femenino», porque todas éramos mujeres. Nos pasábamos el día allí sentaditas ordenando papeles. Me gustaba tenerlos siempre ordenados formando montoncitos uniformes. Me habría podido pasar la vida allí. Pero las reducciones de personal no se hicieron esperar... A los pocos hombres que había, a las madres solteras y a quienes les faltaban uno o dos años para la jubilación los dejaron en paz. Colgaron unas listas con los nombres de quienes iban a ser despedidos y mi nombre aparecía en una de ellas. ¿Cómo iba a sobrevivir? Me sentí perdida. A mí no me habían enseñado a vivir de acuerdo con las leyes de Darwin
Tardé mucho en perder la esperanza de encontrar un trabajo adecuado a mi formación. Era una idealista y desconocía cuál era mi lugar en la sociedad y cuál mi verdadero precio Todavía hoy echo de menos a las chicas de nuestro departamento, nuestras charlas en confianza. Para nosotras el trabajo siempre permaneció en segundo plano. Lo primero era el trato que nos dispensábamos unas a otras, las charlas íntimas que manteníamos. Interrumpíamos el trabajo tres veces al día para tomar té y hablar de nuestras cosas. No nos ahorrábamos la celebración de todas las fiestas nacionales y nuestros cumpleaños... Y míreme ahora… Acudo a la oficina de empleo sin éxito. Buscan pintores y yeseros… Una amiga con la que estudié en la universidad se ha colocado en casa de una mujer de negocios. Limpia la casa y pasea al perro. Una criada. Me contó que al principio la humillación la hacía llorar cada día. Ahora ya se ha acostumbrado. Pero yo no podría.
Svetlana Aleksievich. El fin del homo Sovieticus