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Aquí encontrarás una selección accidental de textos literarios pertenecientes a obras clásicas de la Literatura universal. Sin otro criterio que el gusto y el azar seguidos por el profesor de Lengua Rafael Bermúdez Ortiz, el alumnado tiene la oportunidad de acercarse a algunos de los títulos y autores más célebres del canon literario occidental mediante este catálogo de citas, páginas y recortes. Ojalá disfruten tanto como el autor de su lectura.

¿Así que esto era la escuela?



Lali Soldevilla en El espíritu de la colmena (1973)

Nadie en el bar-tienda, tampoco mis padres, se parecía a las niñas del patio de recreo. A veces creía reconocer algo, al jardinero, por ejemplo, cuando pasaba por debajo de la ventana de la clase, por su mono y su chaquetón sucio, o bien por el olor a arenque al pasar cerca del comedor, pero no era lo habitual. Ni siquiera se usaba la misma lengua. La maestra pronunciaba despacio, palabras muy largas, nunca tiene prisa, le gusta hablar, no como a mi madre. "Señorita, acomode su gabán en el colgador", Mi madre grita cuando vuelvo de jugar: "¡Te he dicho mil veces que no me dejes la pelliza tirada en el suelo de cualquier manera! Luego quién la recoge, ¿eh? ¡Y los calcetines hechos un ovillo!" Hay un mundo entre ambas. 

No es cierto, no se puede decir de las dos maneras. En casa no se acomoda nada, no hay colgadores sino perchas, y la palabra gabán no la usamos nunca, salvo cuando vamos al Palacio del Gabán, pero suena a nombre propio, como Lesur, y jamás compramos gabanes sino pellizas, zamarras, o ropa, sin más. Peor que una lengua extranjera, no se entiende nada, es turco, alemán, está claro, no hay más que hablar. En este caso comprendía todo lo que dijo la maestra, pero no habría sabido adivinar el sentido sola, mis padres tampoco, la prueba es que nunca había oído esas cosas en casa. Personas totalmente diferentes. Ese malestar, ese impacto, todo lo que decían las maestras, acerca de lo que fuera, sin la menor calidez, siempre cortante. 

El verdadero lenguaje era el que escuchaba en mi casa, el morapio, la manduca, no me jodas, vejestorio, ¿qué pasa pues, chiquilla, ya no se saluda? Todo eso estaba ahí, presente, los gritos, las muecas, las botellas derramadas. La maestra hablaba y hablaba, y las cosas no existían, burdégano, ebúrneo, pasaron diez años hasta que me enteré de lo que quería decir aquello. Axel toca el xilófono, el lazo de Zenobia es Zuleicas oscuro, historias sin sentido, entretenimiento de maestrilla. Las chicas de la clase repetían a coro, la p con la a, pa, la p con la e, pe, con el dedo pegado a cada letra, me entraban ganas de reír. ¿Así que eso era la escuela? ¿Un montón de signos que repetir, trazar, reunir? ¡El bar-tienda era mucho más real! La escuela era un "hacer como si" continuo, como si fuera divertido, como si fuera interesante, como si estuviera bien.

Annie Ernaux. Los armarios vacíos. Cabaret Voltaire