Inicio de la película El turista accidental (1988), de Lawrence Kasdan
-¡Macon!
¿Qué haces aquí? Él le entregó la carta.
Ella
la cogió y la abrió con ambas manos [...]. Leyó y luego levantó la vista hacia
él.
Macon
vio que lo había hecho todo mal.
-El
año pasado -dijo- perdí... sufrí una .. pérdida, sí, perdí a mi...
Ella
continuó mirándolo a la cara.
-Perdí a mi hijo -concluyó Macon-.
Estaba... fue a una hamburguesería y entonces... llegó un atracador y le
disparó. ¡No puedo ir a cenar con gente! ¡No puedo dar conversación a sus
niños! No insistas. No quiero ser brusco contigo, pero es que no me siento con
fuerzas, ¿entiendes?
Muriel lo cogió suavemente de una
muñeca y tiró de él hacia el interior de la casa, todavía sin abrir la puerta
del todo, de modo que Macon tuvo la sensación de deslizarse a través de algo,
de evadirse de algo subrepticiamente. Ella cerró la puerta tras él. Lo rodeó con
los brazos y lo abrazó.
-Cada día me digo que ya es hora de
superarlo -dijo él por sobre la cabeza de ella-. Es lo que la gente espera de
mí. Antes me ofrecían su condolencia pero ahora ya no; ni siquiera mencionan su
nombre o creen que ya es hora de que mire hacia adelante. Pero si algo ha
cambiado, ha sido para peor. El primer año fue una pesadilla; por las mañanas
iba directo a la puerta de su cuarto antes de acordarme de que no estaba allí
para despertarlo. Pero este segundo año es real. Ya no voy a la puerta. A veces
he dejado pasar un día entero sin pensar en él. En cierto modo esta ausencia es
más terrible que la primera. Y podría suponerse que recurriría a Sarah, pero
no, sólo nos hacemos año. Me parece que ella cree que de algún modo yo podía haber
evitado lo que pasó... , está tan acostumbrada a que le organice su vida. Me
pregunto si todo esto no habrá hecho más que sacar a la superficie la verdad
sobre nosotros, lo distanciados que estamos. Me temo que nos casamos
precisamente porque estábamos distanciados. Y ahora me siento lejos de todo el
mundo; ya no tengo amigos y todas las personas me parecen triviales y tontas y
sin relación conmigo.
Ella tiró de él a través de una sala
de estar donde las sombras se cernían alrededor de una solitaria lámpara de
abalorios, y una revista yacía en un sofá viejo. Lo guió escaleras arriba hasta
un dormitorio donde había una cama con armazón de hierro y una cómoda barnizada
de color naranja.
- Yo
-dijo él-, espera. No es esto lo que quiero.
-
Sólo duerme -le dijo ella-. Échate y duerme.
Eso
parecía razonable.
Le quitó el chaquetón y lo colgó en
un armario tapado por un largo de sábana floreada. Se arrodilló y le desató los
zapatos. Él se los quitó dócilmente. Ella se levantó para desabrocharle la
camisa mientras él, pasivo, seguía en pie con los brazos caídos a los lados.
Después colgó sus pantalones en el respaldo de una silla. Él se dejó caer en la
cama y ella lo tapó con una colcha delgada y ajada que olía a grasa de tocino.
Luego la oyó moverse por el resto de
la casa, apagando luces, abriendo grifos, murmurando algo en otra habitación.
Volvió al dormitorio y se detuvo delante de la cómoda. Se oyó el tintineo de
unos pendientes en una cajita. La caja que llevaba era de seda vieja y
estropeada, del color del jerez. Se ataba en la cintura con un cordón trenzado
y en los codos se veían algunos zurcidos. apagó la luz de la lámpara. Entonces
se acercó a la cama, levantó la colcha y se deslizó debajo. Él no se sorprendió
cuando la notó apretarse contra él.
Págs.
262-263. El turista accidental (1985). Anne Tyler. Punto de Lectura.