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Aquí encontrarás una selección accidental de textos literarios pertenecientes a obras clásicas de la Literatura universal. Sin otro criterio que el gusto y el azar seguidos por el profesor de Lengua Rafael Bermúdez Ortiz, el alumnado tiene la oportunidad de acercarse a algunos de los títulos y autores más célebres del canon literario occidental mediante este catálogo de citas, páginas y recortes. Ojalá disfruten tanto como el autor de su lectura.

La magdalena de Proust


El Museo de Proust que puede visitarse en la casa de su tía Léonie, donde el niño pasaba los veranos que luego evocó en su obra maestra, incluye esta mesita con los objetos descritos por el escritor en este pasaje.

Hacía ya muchos años que, de Combray, cuanto no fuera el teatro y el drama de acostarme había dejado de existir para mí, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso tomar, contra mi costumbre, un poco de té. Me negué al principio pero, no sé por qué, cambié de idea. Mandó a buscar uno de esos bollos cortos y rollizos llamados pequeñas magdalenas que parecen haber sido moldeados dentro de la valva acanalada de una vieira. Y acto seguido, maquinalmente, abrumado por aquella jornada sombría y la perspectiva de un triste día siguiente, me llevé a los labios una cucharilla de té donde había dejado empaparse un trozo de magdalena. Pero en el instante mismo en que el trago mezclado con migas del bollo tocó mi paladar, me estremecí, atento a algo extraordinario que dentro de mí se producía. Un placer delicioso me había invadido, aislado, sin que tuviese la noción de su causa. De improviso se me habían vuelto indiferentes las vicisitudes de la vida, inofensivos sus desastres, ilusoria su brevedad, de la misma forma que opera el amor, colmándome de una esencia preciosa; o mejor dicho, aquella esencia no estaba en mí, era yo mismo. Había dejado de sentirme mediocre, contingente, mortal. ¿De dónde había podido venirme aquel gozo tan potente? Lo sentía unido al sabor del té y del bollo, pero lo superaba infinitamente, no debía de ser de igual naturaleza. ¿De dónde venía? ¿Qué significaba? ¿Dónde cogerlo? Bebo un segundo sorbo donde no encuentro más que en el primero, un tercero que me aporta algo menos que el segundo. Es tiempo de parar, la virtud del brebaje parece disminuir. Es evidente que la verdad que busco no está en él, sino en mí. La ha despertado, pero no la conoce, y lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, cada vez con menos fuerza, ese mismo testimonio que no sé interpretar y que quisiera al menos poder pedirle otra vez y encontrar intacto, a mi disposición dentro de poco, para un esclarecimiento decisivo. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi espíritu. Es él quien debe hallar la verdad. Pero ¿cómo? Grave incertidumbre cada vez que el espíritu se siente superado por sí mismo, cuando él, el buscador, es juntamente el país oscuro donde debe buscar y donde todo su bagaje no ha de servirle para nada. ¿Buscar? Más aún: crear. Está frente a algo que todavía no existe y a lo que sólo él puede dar realidad, y luego hacerlo entrar en su luz.



Habitación de Marcel Proust en la casa de su tía en Combray. En ella pasó los veranos de su infancia que luego describió en su obra maestra En busca del tiempo perdido (1913). Obsérvese la magdalena sobre la mesilla de noche.
Pág. 43. Por el camino de Swann (1913). Marcel Proust. Valdemar.