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Aquí encontrarás una selección accidental de textos literarios pertenecientes a obras clásicas de la Literatura universal. Sin otro criterio que el gusto y el azar seguidos por el profesor de Lengua Rafael Bermúdez Ortiz, el alumnado tiene la oportunidad de acercarse a algunos de los títulos y autores más célebres del canon literario occidental mediante este catálogo de citas, páginas y recortes. Ojalá disfruten tanto como el autor de su lectura.

La vejez asoma al espejo


José de Espronceda (1808-42), por Antonio María Esquivel (c. 1845)

¿Qué es el hombre? Un misterio. ¿Qué es la vida?
¡Un misterio también…! Corren los años
Su rápida carrera, y, escondida,
La vejez llega envuelta en sus engaños;
Vano es llorar la juventud perdida,
Vano buscar remedio a nuestros daños;
Un sueño es lo presente de un momento,
¡Muerte es el porvenir; lo que fue, un cuento…!

Los siglos a los siglos se atropellan;
Los hombres a los hombres se suceden,
En la vejez sus cálculos se estrellan,
Su pompa y glorias a la muerte ceden:
La luz que sus espíritus destellan
Muere en la niebla que vencer no pueden,
¡Y es la historia del hombre y su locura
Una estrecha y hedionda sepultura!
¡Oh, si el hombre tal vez lograr pudiera
ser para siempre joven e inmortal,
y de la vida el sol le sonriera,
eterno de la vida el manantial!
¡Oh, cómo entonces venturoso fuera;
roto un cristal, alzarse otro cristal
de ilusiones sin fin contemplaría,
claro y eterno sol de un bello día...!

Necio, dirán, tu espíritu altanero,
¿Dónde te arrastra, que insensato, quiere
En un mundo infeliz, perecedero,
vivir eterno mientras todo muere?
¿Qué hay inmortal, ni aun firme y duradero?
¿Qué hay que la edad con su rigor no altere?
¿No ves que todo es humo, y polvo, y viento?
¡Loco es tu afán, inútil tu lamento!…


(...)

¡Cuán fugaces los años,
¡ay!, se deslizan, Póstumo!», gritaba
el lírico latino, que sentía
cómo el tiempo cruel le envejecía,
y el ánimo y las fuerzas le robaba.
Y es triste a la verdad ver cómo huyen
para siempre las horas, y con ellas
las dulces esperanzas que destruyen
sin escuchar jamás nuestras querellas.
¡Fatalidad! ¡Fatalidad impía!
Pasa la juventud, la vejez viene,
¡y nuestro pie que nunca se detiene
recto camina hacia la tumba fría!
Así yo meditaba
en tanto me afeitaba
esta mañana mismo, lamentando
como mi negra cabellera riza,
seca ya como cálida ceniza,
iba por varias partes blanqueando;
y un triste adiós mi corazón sentido
daba a mi juventud, mientras la historia
corría mi memoria
del tiempo alegre por mi mal perdido,
y un doliente gemido
mi dolor tributaba a mis cabellos
que canos se teñían,
pensando que ya nunca volverían
hermosas manos a jugar con ellos.
¡Malditos treinta años,
funesta edad de amargos desengaños!
Perdonad, hombres graves, mi locura,
vosotros los que veis sin amargura,
como cosa corriente,
que siga un año al año antecedente,
y nunca os rebeláis contra el destino.
¡Oh!, será un desatino,
mas yo no me resigno a hallarme viejo
al mirarme al espejo,
y la razón averiguar quisiera
que en este nuestro mundo misterioso,
sin encontrar reposo,
nos obliga a viajar de esta manera.
Y luego las mujeres, todavía
son mi dulce manía:
ellas la senda de ásperos abrojos
de la vida suavizan y coloran,
¡y a las mujeres los llorosos ojos
y los cabellos blancos no enamoran!
¡Griegos liceos! ¡Célebres hospicios!
(exclamaba también Lope de Vega
llorando la vejez de su sotana)
que apenas de haber sido dais indicios
su morirse del tiempo en la refriega,
y ejemplo sois de la locura humana.
¡Ah!, ¡no es extraño que el que a treinta llega
llegue a encontrarse la cabeza cana!
Adiós amores, juventud, placeres,
adiós, vosotras, las de hermosos ojos,
hechiceras mujeres,
que en vuestros labios rojos
brindáis amor al alma enamorada.
Dichoso el que suspira
y oye de vuestra boca regalada,
siquiera una dulcísima mentira
en vuestro aliento mágico bañada.
¡Ah!, para siempre adiós: mi pecho llora
al deciros adiós ¡ilusión vana!
Mi tierno corazón siempre os adora,
mas mi cabeza se me vuelve cana.



José de Espronceda. El Diablo Mundo (1841). Fragmentos.