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Aquí encontrarás una selección accidental de textos literarios pertenecientes a obras clásicas de la Literatura universal. Sin otro criterio que el gusto y el azar seguidos por el profesor de Lengua Rafael Bermúdez Ortiz, el alumnado tiene la oportunidad de acercarse a algunos de los títulos y autores más célebres del canon literario occidental mediante este catálogo de citas, páginas y recortes. Ojalá disfruten tanto como el autor de su lectura.

Luces de invierno


Fotograma de Fanny y Alexander (1982), film de Ingmar Bergman basado en sus recuerdos de infancia.

(...) Yo viví lo mejor de mi infancia en casa de mi abuela. Me trataba con áspera ternura e intuitiva comprensión. Habíamos creado, entre otras cosas, un ritual que ella jamás traicionó. Antes de la cena nos sentábamos en su sofá verde. Allí «dialogábamos» durante una hora más o menos. Abuela hablaba del Mundo, de la Vida y también de la Muerte (que ocupaba bastante mis pensamientos). Quería saber lo que yo pensaba, me escuchaba atentamente, se saltaba mis pequeñas mentiras o las apartaba con amable ironía. Me dejaba hablar como una persona auténtica, completamente real, sin disfraces. 

Nuestros «diálogos» están siempre envueltos en atardecer, confianza, noche invernal.
         
Abuela tenía además una característica encantadora. Le gustaba mucho ir al cine y si la película era tolerada para menores (lo que se anunciaba los lunes junto con la cartelera en la tercera página del periódico Upsala Nya Tidningen) no hacía falta esperar hasta el sábado o el domingo para ir al cine. Sólo una nube empañaba nuestra alegría. Abuela tenía unos chanclos de goma horribles, y no le gustaban las escenas de amor que a mí, por el contrario, me parecían maravillosas. Cuando los protagonistas manifestaban sus sentimientos demasiado rato y con demasiado afán, los chanclos de mi abuela empezaban a rechinar. Era un ruido espantoso que llenaba todo el cine.

           
Leíamos en voz alta, nos contábamos historias inventadas, las historias de fantasmas y otros horrores se encontraban entre nuestras preferidas; también dibujábamos monigotes que eran como una especie de tebeos. Uno de los dos empezaba dibujando algo. El otro continuaba con el dibujo siguiente tratando de desarrollar la historia. A veces dibujábamos varios días seguidos, llegábamos a tener cuarenta o cincuenta dibujos. Entre un cuadro y otro escribíamos textos explicativos.
            
Los hábitos y las rutinas de la vida en casa de mi abuela eran espartanos. Nos levantábamos cuando se encendían las estufas. Eran las siete. Friegas en un baño de latón lleno de agua helada, desayuno a base de gachas de avena y un bocadillo de pan galleta. Oraciones de la mañana. Después a la calle hiciera el tiempo que hiciera. Paseo estudiando las carteleras de los cines: el Skandia, el Fyris, el Roda Kvarz, el Slotts, el Edda. Cena a las cinco en punto. Sacábamos los viejos juguetes de cuando el tío Ernst era niño. Lectura en voz alta. Las oraciones de la noche. La campana Gunilla da las campanadas de las horas. A las nueve es de noche.
            
Estar tumbado en el puf escuchando el silencio. Ver la luz de la farola de la calle proyectar luces y sombras en el techo. Cuando la tormenta de nieve se desencadena sobre la llanura de Upsala, la farola se mueve, las sombras se retuercen; en la chimenea se oyen ruidos y silbidos.
            
Los domingos cenábamos a las cuatro. Venía tía Lotten que vivía en una residencia para misioneras ancianas y había sido compañera de mi abuela en el instituto, donde fueron unas de las primeras chicas del país que hicieron el bachillerato. Tía Lotten había ido de misionera a China, donde perdió su belleza, sus dientes y un ojo.
            
Abuela sabe que a mí, tía Lotten me parece repugnante, pero considera que debo endurecerme. Por eso me coloca al lado de tía Lotten en las cenas dominicales. Yo puedo verle la nariz peluda, en cuyos orificios hay siempre un moco amarillo verdoso. Además huele a orines secos. La dentadura postiza repiquetea cuando habla, acerca mucho la cara al plato y sorbe al comer. De su barriga sube a veces un gruñido sordo.
            
Esta aborrecible persona posee un tesoro. Después de la cena y el café, desempaqueta un teatro (tuvo que haber sido muy hábil: manipulaba varias figuras al mismo tiempo y hacía todos los papeles; de repente, la pantalla se teñía de rojo o de azul, surgía un demonio del rojo o se perfilaba una tenue luna en el azul, de pronto todo era verde y en las profundidades del mar se movían peces extraños).


Págs. 31-33. Linterna mágica. Memorias (1987). Ingmar Bergman. Tusquets.