Bienvenidos

Aquí encontrarás una selección accidental de textos literarios pertenecientes a obras clásicas de la Literatura universal. Sin otro criterio que el gusto y el azar seguidos por el profesor de Lengua Rafael Bermúdez Ortiz, el alumnado tiene la oportunidad de acercarse a algunos de los títulos y autores más célebres del canon literario occidental mediante este catálogo de citas, páginas y recortes. Ojalá disfruten tanto como el autor de su lectura.

Un cinematógrafo por Navidad


Escena de Fanny y Alexander (1982), película autobiográfica dirigida por Ingmar Bergman.

La Navidad era una explosión de regocijo. Mi madre dirigía la fiesta con mano firme. Tuvo que haber habido una considerable organización detrás de aquella orgía de hospitalidad, comidas, parientes que llegaban, regalos y ceremonias religiosas.
            
En nuestra casa, la Nochebuena era un acontecimiento bastante tranquilo que empezaba con la oración de Navidad en la iglesia a las cinco y seguía luego con una comida alegre, pero mesurada. Después se iluminaba el árbol, se leía el evangelio de Navidad y nos íbamos pronto a la cama porque teníamos que levantarnos a tiempo para la misa del alba que en aquella época era de verdad al alba. No se repartía ningún regalo, pero la noche era animada, un prólogo excitante de los festejos del día de Navidad. Para entonces mi padre ya había cumplido sus obligaciones profesionales y cambiaba la sotana por el batín. Solía desplegar su mejor humor y pronunciaba un improvisado discurso en verso para los invitados, cantaba canciones especialmente compuestas para la fiesta, brindaba con aguardiente, imitaba a sus colegas y hacía reír a todo el mundo. A veces pienso en su alegre ligereza, su despreocupación, su ternura, su amabilidad, su temeridad. Pienso en todo aquello que las tinieblas, la pesadez, la brutalidad y el distanciamiento borraron con tanta facilidad. Creo que muchas veces he sido muy injusto con mi padre en mis recuerdos.

Después del desayuno íbamos todos a la cama a dormir unas horas. La organización interna tuvo que haber seguido funcionando ya que a las dos en punto de la tarde, justo al anochecer, se servía el café. La casa estaba abierta para todos los que querían desear Felices Pascuas en la rectoría. Algunos de los amigos eran músicos de profesión y en las festividades de la tarde solía haber un concierto improvisado. Y así se iba acercando el cenit pantagruélico del día de Navidad, que era la cena. Tenía lugar en la amplia cocina donde provisionalmente se había suprimido el rango social. La comida estaba en la mesa y en los bancos del fregadero cubiertos con manteles. Los regalos se repartían en la mesa del comedor. Se traían los cestos, mi padre oficiaba provisto de un puro y una copa de licor, se entregaban los paquetes, se leían versos, se aplaudían y comentaban: no había regalo sin versos.
            
Y ahora viene lo del cinematógrafo. Fue a mi hermano a quien se lo dieron.
            
Yo empecé inmediatamente a aullar, fui reprendido, desaparecí debajo de la mesa donde seguí gritando, me dijeron que hiciera el favor de callarme, me fui corriendo al cuarto jurando y maldiciendo, pensé escaparme de casa y, finalmente, me dormí de tristeza.
            
La fiesta siguió su curso.
            
Desperté ya entrada la noche. Abajo, Gertrud cantaba una canción popular, la luz de la lámpara estaba encendida. Una lámina transparente con el portal de Belén y la adoración de los pastores brillaba tenuemente sobre la alta cómoda. En la mesa blanca plegable, entre los demás regalos de mi hermano, estaba el cinematógrafo con su chimenea curvada, su lente circundada por latón delicadamente trabajado y su soporte para los rollos de película.
            
Tomé una decisión rápida, desperté a mi hermano y le propuse un trato. Le ofrecí mis cien soldados de plomo a cambio del cinematógrafo. Como Dag tenía un gran ejército y siempre estaba enzarzado en asuntos bélicos con sus amigos, llegamos a un acuerdo satisfactorio para los dos.
            
El cinematógrafo era mío.


El actor Bertil Guve interpretó al joven Bergman en Fanny y Alexander (1982).
            
No era una máquina complicada. La luz procedía de una lámpara de queroseno y la manivela estaba unida a una rueda dentada y a una cruz de Malta. En el lado posterior de la caja de hojalata había un sencillo espejo reflector. Detrás de la lente había un soporte para transparencias coloreadas. Con el aparato venía también una caja cuadrada de color violeta. Contenía unas cuantas transparencias de vidrio y una película de 35 mm. de color sepia. Medía unos tres metros y estaba pegada formando una cinta sin fin. En la tapa venía el título de la película: Frau Holle. Nadie sabía quién era la tal Frau Holle, pero con el tiempo se aclaró que era el equivalente popular a la diosa del amor de los países mediterráneos.
            
A la mañana siguiente me retiré al amplio ropero de nuestro cuarto, coloqué el cinematógrafo sobre un cajón, encendí la lámpara y dirigí la luz hacia la blanca pared. Después lo cargué con la película.
            

La linterna mágica aparece como atracción doméstica en esta ilustración de 1760.

En la pared apareció la imagen de una pradera. En la pradera dormitaba una joven vestida con lo que parecía un traje regional. Al mover la manivela -esto no se puede explicar, no puedo poner en palabras mi excitación; puedo, en cualquier momento, rememorar el olor del metal caliente, el olor a polvo y alcanfor del ropero, la manivela en mi mano, el tembloroso rectángulo de la pared.
            
Yo movía la manivela y la joven se despertaba, se sentaba, se levantaba lentamente, estiraba los brazos, daba una vuelta y desaparecía por la derecha. Si seguía dando a la manivela, la chica volvía a estar en la pradera y luego repetía exactamente los mismos movimientos.
            
Se movía.


Págs. 23-25. La linterna mágica (1987). Ingmar Bergman. Tusquets.