La actriz Audrey Hepburn interpretó el papel de Holly Golightly para en la película Desayuno con diamantes (1963). |
Oh, no vayas a creer que es mi tipo ideal. Dice mentirijillas y siempre anda preocupado por lo que pueda pensar la gente, y se baña unas cincuenta veces al día: los hombres deberían oler, un poco. Es demasiado mojigato, demasiado prudente para ser mi hombre ideal; siempre se vuelve de espaldas para desnudarse, y hace demasiado ruido al comer y no me gusta verle correr porque corre de una forma un tanto ridícula. Si tuviese la libertad de elegir una persona de entre todas las que hay en el mundo, chasquear los dedos y decir eh, tú, ven para acá, no elegiría a José. Nehru se aproxima bastante más a lo que yo pido. O Wendell Wilkie [1]. Me conformaría también con la Garbo. ¿Por qué no? Tendríamos que poder casarnos con hombres o mujeres o... Mira, si me dijeras que pensabas liarte con un buque de guerra, yo respetaría tus sentimientos. No, hablo en serio. Habría que permitir toda clase de amor. Soy absolutamente partidaria de eso. Sobre todo ahora que ya me he hecho una idea bastante aproximada de lo que es. Porque sí, quiero a José; dejaría de fumar si me lo pidiese. Se porta como un amigo, es capaz de provocarme la risa hasta incluso cuando tengo la malea, aunque ahora ya no me viene casi nunca, sólo a veces, e incluso esas veces no es tan espantosa como para que me dé por tragarme frascos de Seconal o por ir a Tiffany's: llevo un traje a la tintorería, o preparo unas setas rellenas, y ya me siento bien, en forma. Otra cosa, he tirado todos los horóscopos. Debo de haberme gastado un dólar por cada una de las malditas estrellas que hay en el maldito planetario. Es un fastidio, pero la solución consiste en saber que sólo nos ocurren cosas buenas si somos buenos. ¿Buenos? Más bien quería decir honestos. No me refiero a la honestidad en cuanto a las leyes (podría robar una tumba, hasta le arrancaría los ojos a un muerto si creyese que así me alegraría un día), sino a ser honesto con uno mismo. Me da igual ser cualquier cosa, menos cobarde, falsa, tramposa en cuestión de sentimientos, o puta: prefiero tener el cáncer que un corazón deshonesto. y esto no significa que sea una beata. Soy simplemente una persona práctica. De cáncer se muere a veces; de lo otro, siempre. Oh, a la mierda con este asunto. Anda, pásame la guitarra, voy a cantarte un fado en un portugués perfecto.
Aquellas
últimas semanas, las del final del verano y el comienzo de otro otoño, aparecen
borrosas en mi memoria, quizá debido a que nuestra comprensión mutua llegó a
esos maravillosos extremos en los que llegas a comunicarte más a menudo por
medio del silencio que con palabras: cierta afectuosa calma reemplaza las
tensiones; el parloteo nervioso y la persecución mutua que suelen producir los
momentos más espectaculares, más superficialmente aparentes de una amistad. Con
frecuencia, cuando él no estaba en Nueva York (acabé sintiendo hostilidad
contra él, y raras veces pronunciaba su nombre), pasábamos juntos veladas
enteras durante las cuales apenas si decíamos entre los dos más de cien
palabras; en una ocasión bajamos hasta Chinatown, tomamos una cena a base de
chow-mein, compramos farolillos de papel, caja de incienso, y luego cruzamos
lentamente el Puente de Brooklyn, y desde el puente, mientras veíamos a los
buques que salían hacia alta mar deslizarse por entre incendiados rascacielos,
ella me dijo:
- Dentro de
unos cuantos años, de muchísimos años, uno de esos barcos me traerá de regreso
con mis mocosos brasileños. Porque, sí, tienen que ver esto, estas luces, el
río... Adoro Nueva York, aunque esta ciudad no sea tan mía como pueden llegar a
serlo algunas cosas, un árbol o una calle o una casa, algo, en fin, que sea mío
porque yo le pertenezco.
Págs. 73-75 Desayuno en Tiffany's (1958). Truman Capote.
Anagrama
[1] Wendell L. Wilkie
(1892-1944) fue un influyente político norteamericano y rival político de
Roosevelt en las presidenciales de 1940.