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Aquí encontrarás una selección accidental de textos literarios pertenecientes a obras clásicas de la Literatura universal. Sin otro criterio que el gusto y el azar seguidos por el profesor de Lengua Rafael Bermúdez Ortiz, el alumnado tiene la oportunidad de acercarse a algunos de los títulos y autores más célebres del canon literario occidental mediante este catálogo de citas, páginas y recortes. Ojalá disfruten tanto como el autor de su lectura.

Perder el tiempo


Times Square, Nueva York. Años 20


En Nueva York no hay manera de perder el tiempo. No hay cafés: no hay plazas ni paseos con bancos a la disposición del transeúnte. ¿Qué hacer cuando a uno le sobra media hora durante la jornada laborable? ¿Qué hacer para no hacer nada?.... En otras ciudades, el Municipio se ha preocupado de los vagos, de losetas, de los enfermos y de las personas de edad, creando para ellos plazas, parques y jardines. En algunas se les han hecho soportales para protegerlos de la lluvia y de la nieve. Esas ciudades tienen además el café, institución maravillosa donde, mediante un precio módico, se alquila un trozo de diván por un plazo ilimitado y se adquiere el derecho de perder el tiempo, mientras que en Nueva York solo existen bares para beber de pie.


Nueva York, realmente, más que una ciudad, es una fábrica gigantesca. Aquí se ha supuesto que no debe haber vagos, que no debe haber poetas, que no debe haber enfermos y que no debe haber personas de edad. Se ha supuesto, en fin, que no se debe perder el tiempo. Las mismas diversiones neoyorquinas exigen una energía prodigiosa y son una forma más de la actividad nacional. Tanto en los cabarets como en las reuniones particulares, no hay medio de quedarse sin hacer nada. Es preciso bailar unos bailes gimnásticos, concertar la atención en un espectáculo, jugar, oír una música estridente y violenta... Es preciso hacer algo continuamente.

Y esto es terrible, aunque no lo parezca, porque yo creo que toda la civilización se ha hecho a ratos perdidos y que su labor será interrumpida en cuanto la humanidad se niegue sistemáticamente a perder el tiempo. Yo creo que la civilización es precisamente obra de los vagos, de los enfermos, de los poetas y de las personas de edad, y los concejales de las ciudades europeas deben de creerlo también, cuando tanto se preocupan de estas diversas categorías sociales. Y yo les daría un consejo a las autoridades neoyorquinas: el de que fomentasen el ocio.

 

No hay actividad intelectual posible -les diría yo- en medio de una gran actividad física. Fomenten ustedes el ocio, y para ello comiencen abaratando un poco las subsistencias. Luego supriman los trenes que pasan sobre algunas avenidas, a fin de que las gentes, libres del estrépito incesante, puedan pasearse por ellas conversando o siguiendo el hilo de un pensamiento interior. Esta admirable organización del tráfico que ustedes han hecho con objeto de atropellar a los transeúntes, surprímanla también para ver si logran crear un público de personas que callejeen lentamente, que observen y que vean. Construyan ustedes soportales, planten árboles pongan bancos. Den conciertos públicos y, sobre todo, favorezcan la fundación de cafés, porque de nada sirven las bibliotecas en una ciudad donde no hay cafés. De este modo, dos o tres millones de personas llegarán a perder tres o cuatro horas cada día. 

 

Supongamos -a los americanos les encanta ver las cosas en números-, supongamos ocho millones de horas dedicadas diariamente al ocio -las horas, naturalmente, de muchísima gente-, y supongamos esto durante cincuenta años. El total sería de unos ciento cincuenta mil millones de horas que se habrían pasado sin hacer esfuerzo físico, flaneando, curioseando, soñando, conversando o diciendo tonterías. Ciento cincuenta mil millones de horas de aislamiento, de inconsciencia y de libertad mental, en el que el cerebro parece que se separa de su dueño y hace, no las cosas que le interesan a su dueño, sino las que le interesan a él, trabajando con un plan, pero no con el plan que le impone su dueño cuando se va a la biblioteca o al laboratorio... [....] Buena parte de esas horas habrían servido para hacer música, versos, novelas, cuadros, ensayos, estatuas, etcétera, cosas todas que no pueden sobrar jamás en una ciudad como Nueva York. Y en una sola hora restante, en media nada más, o únicamente en cinco minutos, hubiera podido surgir uno de esos pensamientos fundamentales que dirigen a la humanidad durante siglos y siglos. [...] 

 

Aquí hay una tendencia a sustituir la conversación con el baile, el pensamiento con la gimnasia casera y la civilización con la mecánica.


Julio Camba. Un año en el otro mundo. Reino de Cordelia