Caricatura de Honoré de Balzac |
En toda existencia hay un apogeo, una época durante la cual
las causas actúan y mantienen una relación cabal con los resultados. Ese
mediodía de la vida, en que las fuerzas vivas se equilibran y acontecen con
todo su esplendor, no sólo se da en todos los seres orgánicos, sino también en
las ciudades, las naciones, las ideas, las instituciones, los comercios y las
empresas que, de la misma forma que las razas nobles y las dinastías, nacen,
suben y caen. ¿De dónde procede la rigurosidad con que este tema del
crecimiento y la mengua afecta a cuanto se organiza en este mundo? Pues la
propia muerte tiene, en tiempos de plaga, progreso, decrecimiento,
recrudescencia y sueño. Incluso este globo nuestro es quizá un cohete algo más
duradero que los demás. La Historia, al referir las causas de la grandeza y la
decadencia de todo cuanto aquí abajo existió, podría avisar al hombre del
momento en que debe detener el juego de todas sus facultades; pero ni los
conquistadores, ni los actores, ni las mujeres, ni los autores escuchan su
salutífera voz. César Birotteau, que debía considerarse en el apogeo de su
buena suerte, interpretaba esa etapa de inmovilidad como un nuevo punto de
partida. No estaba enterado de nada de esto; por lo demás, ni las naciones ni los
reyes han intentado escribir en caracteres indelebles el motivo de esos vuelcos
de que está preñada la Historia y de los que tan notables ejemplos brindan
tantas cosas soberanas o comerciales. ¿Por qué no habrá pirámides nuevas que
recuerden incesantemente el siguiente principio, que debe regir la política de
las naciones tanto como la de los particulares: Cuando el efecto producido no
tiene ya ni relación directa no proporcionalidad pareja con su causa, comienza
la desorganización? Pero monumentos de ésos los hay por doquier: se trata de
las tradiciones y de las piedras que nos hablan del pasado, que carta de
ciudadanía a los caprichos del indomeñable Destino, cuya mano nos borra los
sueños, que nos demuestran que los acontecimientos de mayor envergadura se
resumen en una idea. Troya y Napoleón no son sino poemas. Ojalá esta historia
sea el poema de las vicisitudes burguesas de las que no se acordó ninguna voz,
porque parecían totalmente desprovistas de grandeza, mientras que, por eso
mismo, son desmedidas; no se trata ya aquí de un único hombre, sino de todo un
pueblo de pesares.
Págs. 72 y 73. Honoré de Balzac. Grandeza y decadencia de
César Birotteau, perfumista (1837). Alba.