Madame Bovary, en la versión cinematográfica rodada por Vicente Minelli en 1949. |
Se suscribió a La canastilla, publicación dedicada a las
mujeres, y a La sílfide de los salones. Se tragaba, sin perdonar una, todas las
reseñas de los estrenos teatrales, de las carreras y de las reuniones de alta
sociedad, estaba al tanto del debut de una nueva cantante, de la inauguración
de una tienda. Conocía al dedillo las modas que surgían, la dirección de los
mejores sastres, los días en que se iba al Bois o a la Ópera. Tomaba como
modelo las descripciones de muebles y decoración que hacía Eugène Sue, y en la
lectura de Balzac y de George Sand buscaba satisfacciones imaginarias para sus
íntimos anhelos. Hasta a la mesa iba con el libro y no dejaba de volver páginas,
mientras Charles comía y le dirigía la palabra. Con todas sus lecturas le
volvía a la cabeza el recuerdo del vizconde y establecía comparaciones entre él
y los personajes de ficción. Pero poco a poco el círculo en cuyo centro
aparecía siempre él se fue ensanchando entorno suyo, y aquella aureola que le
rodeaba se fue separando de su rostro para extenderse más y arrojar luz sobre
otros sueños.
Pág. 56. Madame Bovary (1856). Gustave Flaubert. EL MUNDO,
Biblioteca Millenium.