Marcel Proust, autor de Por el camino de Swann (1913), retratado en 1887, cuando tenía 16 años, |
Mi único consuelo, cuando subía a acostarme, era que mamá
vendría a darme un beso una vez que estuviese metido en la cama. Pero esa
despedida duraba tan poco, y volvía a bajar ella tan deprisa, que el momento en
que la oía subir, y en que luego, por el corredor de doble puerta, avanzaba el
ligero rumor de su vestido de jardín de muselina azul del que colgaban unos cordoncillos
de paja trenzada, era para mí un momento doloroso. Anunciaba el que había de
seguirle, cuando me habría abandonado, cuando habría vuelto a bajar. De modo
que llegaba a desear que aquellas buenas noches que tanto amaba viniesen lo más
tarde posible, para que se prolongara el tiempo de tregua en que mamá aún no
había venido. A veces, cuando después de haberme dado un beso abría la puerta
para irse, deseaba llamarla, decirle «dame otro beso», mas yo sabía que al
instante pondría cara de enfado, porque la concesión que hacía a mi tristeza y
a mi agitación subiendo a besarme, trayéndome aquel beso de paz, irritaba a mi
padre, que consideraba absurdos aquellos ritos, y a ella le hubiese gustado
tratar de hacerme perder su necesidad, su hábito, en vez de dejarme adoptar el
de pedirle, cuando ya estaba en el umbral de la puerta, un beso más. Y verla
enfadada destruía toda la calma que un momento antes me había aportado, cuando,
inclinando hacia mi cama su rostro cariñoso, me lo habla tendido como una
hostia para una comunión de paz de la que mis labios sacarían su presencia real
y el poder para dormirme. Pero aquellas noches en que mamá, en suma, se quedaba
tan poco en mi cuarto eran dulces todavía en comparación con aquellas otras en
que había gente a cenar y en que, por ese motivo, no subía a darme las buenas
noches.
Págs. 15-16. Por el camino de Swann (1913). Marcel Proust.
Valdemar.