Subió a la habitación de Dickie y estuvo paseándose por ella
durante un rato, con las manos en los bolsillos. preguntándose cuándo volvería
Dickie. Se dijo que tal vez se quedaría con Marge toda la tarde, que en
realidad se acostaría con ella. Abrió el ropero de un tirón y miró dentro.
Había un traje de franela gris, nuevo y bien planchado que nunca le había visto
a Dickie. Tom lo sacó del armario. Se quitó sus propios pantalones, que
solamente le cubrían hasta las rodillas, y se puso los pantalones del traje. Se
calzó un par de zapatos de Dickie. Después abrió el último cajón de la cómoda y
sacó una camisa limpia de rayas blancas y azules.
Escogió una
corbata azul oscuro de seda y se la anudó meticulosamente. El traje le sentaba
bien. Se peinó de nuevo, esta vez con la raya un poco más hacia un lado, tal
como la llevaba Dickie.
-Marge,
tienes que comprender que no estoy enamorado de ti -dijo Tom frente al espejo e
imitando la voz de Dickie, más aguda al hacer énfasis en una palabra, y con
aquella especie de ruido gutural, al terminar las frases, que podía resultar
agradable o molesto, íntimo o distante, según el humor de Dickie-. ¡Marge, ya
basta!
Tom se
volvió bruscamente y levantó las manos en el aire, como si agarrase la garganta
de la muchacha. La zarandeó, apretándola mientras ella iba desplomándose
lentamente, hasta quedar tendida en el suelo, como un saco vacío. Tom jadeaba.
Se secó la frente tal como lo hacía Dickie, buscó su pañuelo, y, al no
encontrarlo, sacó uno de Dickie del primer cajón de la cómoda, luego siguió con
su actuación delante del espejo. Entreabrió la boca y observó que hasta sus
labios se parecían a los de Dickie cuando éste se hallaba sin aliento después
de nadar.
-Ya sabes
por qué he tenido que hacerlo -dijo, sin dejar de jadear y dirigiéndose a Marge,
pese a estar contemplándose a sí mismo en el espejo.
-Te estabas
interponiendo entre Tom y yo... ¡Te equivocas, no se trata de eso! ¡Pero sí hay
un lazo entre nosotros!
Dio media
vuelta y, sorteando el cadáver imaginario, se acercó sigilosamente a la
ventana. Más allá de la curva de la carretera, podían verse los escalones que
subían hasta el domicilio de Marge. Dickie no estaba allí ni en los tramos de
carretera visibles desde la ventana.
Tal vez
estén durmiendo juntos, pensó Tom, sintiendo un nudo de asco en la garganta.
Se imaginó
el acto, torpe, chapucero, dejando insatisfecho a Dickie y maravilloso para
Marge. Se dijo que a la muchacha le agradaría hasta que Dickie la torturase. Se
acercó rápidamente al ropero y sacó un sombrero de la estantería de arriba. Era
un pequeño sombrero tirolés, adornado con una pluma verde y blanca. Se lo
encasquetó airosamente, sorprendiéndose al comprobar lo mucho que se parecía a
Dickie con la parte superior de la cabeza oculta bajo el sombrero. De hecho, lo
único que les diferenciaba era que su pelo era más oscuro. Por lo demás, la
nariz..., al menos su forma en general..., la mandíbula enjuta, las cejas si
les daba la expresión apropiada...
-¿Qué
diablos estás haciendo?
Tom se
volvió rápidamente. Dickie estaba en la puerta. Tom comprendió que debía de
haber estado en la verja al asomarse él momentos antes, por eso no le había
visto.
-Bueno... ,
sólo trataba de divertirme -dijo Tom, con el tono grave de voz que en él era
síntoma de embarazo-. Lo siento, Dickie.
La boca de
Dickie se abrió levemente, luego se cerró otra vez, como si el enojo le
impidiera pronunciar palabra, aunque, para Tom, el gesto fue tan desagradable
como las propias palabras que pudiera haberle dicho. Dickie entró en la
habitación.
-Dickie, lo
siento si ...
El portazo
le cortó en seco. Dickie empezó a refunfuñar mientras se desabrochaba la
camisa, como si Tom no estuviera allí, ya que estaba en su habitación, donde
Tom no tenía por qué entrar. Tom se quedó de pie, petrificado por el miedo.
-¡A ver si
te quitas mi ropa! -exclamó Dickie.
Tom empezó
a desnudarse, con dedos torpes debido a la turbación que le embargaba, pensando
que hasta entonces Dickie siempre le había dicho que podía ponerse cualquier
prenda suya que le apeteciera. Eso nunca se lo volvería a decir.
Dickie bajó
la vista hacia los pies de Tom. -¿Los zapatos también? ¿Es que estás loco?
-No.
Tom hada
esfuerzos para recuperar su aplomo. Colgó el traje en el ropero y entonces
dijo:
-¿Te has
reconciliado con Marge?
-No pasa
nada entre Marge y yo -contestó Dickie secamente, tan secamente que Tom
abandonó aquel tema-. Otra cosa que quiero decirte, y decírtelo claramente
-dijo Dickie, mirándole-, es que no soy invertido. No sé si se te ha metido esa
idea en la cabeza o no.
-¿Invertido?
-dijo Tom, haciendo un débil esfuerzo por sonreír-.
Jamás me ha
pasado por la cabeza que lo fueses.
Dickie iba
a añadir algo, pero se calló. Se irguió y Tom advirtió que las costillas se
marcaban bajo su piel morena. -Pues Marge piensa que tú sí lo eres.
-¿Por qué?
Tom sintió
que se quedaba sin sangre en las venas. Se quitó el segundo zapato agitando el
pie débilmente y lo dejó en el ropero junto a su pareja.
-¿Qué le
hace pensar eso? ¿Qué he hecho para parecerlo, si es que he hecho algo?
Se sentía a
punto de desmayarse; Nadie le había dicho aquello en la cara, no de aquel modo.
- Es solo
por la forma en que actúas -dijo Dickie con un gruñido, saliendo de la
habitación.
Tom se puso
los shorts a toda prisa. Pese a llevar puesta la ropa interior, había tratado
de ocultarse de Dickie detrás de la puerta del ropero. Se dijo que sólo porque
le caía bien a Dickie, Marge lanzaba sus sucias acusaciones contra él. Y Dickie
no había tenido agallas suficientes para negarlo.
Al bajar se
encontró a Dickie preparándose una copa en el bar de la terraza.
- Dickie,
quiero que esto quede bien claro -empezó a decir Tom-. Tampoco yo soy
invertido, y no quiero que nadie piense que lo soy.
- Muy bien
-gruñó Dickie.
Págs. 71-74. A pleno sol. Patricia Highsmith. Anagrama.