Fotograma de Las vírgenes suicidas (1999), película dirigida por Sofía Coppola. |
Ellos se habían conocido en una fiesta. Los dos tenían
entonces diecisiete años. Era una especie de reunión de camaradería que
agrupaba a jóvenes de diversos centros de enseñanza. Incluso a esa edad a Macon
ya le desagradaban las fiestas, pero como secretamente estaba deseando
enamorarse, había asistido a ésa, aunque luego se había quedado apartado en un
rincón, con aire indiferente -eso esperaba-, bebiendo a sorbos su ginger ale.
Era en 1958. El resto de los presentes iba con camisas de cuello abotonado,
pero Macon llevaba un jersey negro de cuello alto, pantalones negros y
sandalias. (Estaba pasando por su fase de poeta.) Y Sarah, una chica
burbujeante con un cabello rizado castaño cobrizo, una cara redonda, grandes
ojos azules, un labio inferior carnoso... Sarah vestía algo color de rosa,
recordaba él, que daba un tono radiante a su piel. Estaba rodeada de un círculo
de admiradores. Era baja, de figura armoniosa, y había cierta valentía en la
forma en que se tenía firmemente sobre sus menudas pantorrillas bronceadas,
como decidida a no dejarse intimidar por aquel rebaño gigante de estrellas del
baloncesto y del fútbol. Macon renunció a ella en el acto. No, ni siquiera
eso... , ni siquiera se planteó por un momento posibilidad alguna, sino que
miró tras ella, hacia otras chicas más asequibles. Así que tuvo que ser Sarah
la que diese el primer laso. Se acercó a él y le preguntó por qué se daba
aquellos aires de superioridad.
-¡De superioridad! -dijo él-. Yo no me doy aires de
superioridad.
-Pues lo parece.
-No, es sólo que estoy... aburrido.
-Bueno, qué, ¿quieres bailar o no?
Bailaron. El hecho le cogió tan de improviso que pasó en una
especie de niebla. Sólo pudo disfrutarlo más tarde, en casa, donde lo pudo
repensar en un estado de ánimo más calmado. Y al repensarlo vio que si no
hubiese dado una impresión de indiferencia, Sarah no se habría fijado en él.
Era el único muchacho que no había ido tras ella abiertamente. Haría bien en no
hacerlo en el futuro; no había que parecer demasiado interesado, no había que
mostrar los sentimientos. Intuyó que con Sarah uno tenía que mantener cierta
dignidad.
Págs. 68-69. El turista accidental (1985). Anne Tyler. Punto
de Lectura.