Héctor Abad Gómez, autor de la epístola, con su hijo en brazos, Héctor Abad Faciolince. |
"Mi adorado hijo: eso de las depresiones a tu edad es como más común de lo que parece. Yo recuerdo una muy fuerte en Minneapolis, Minnesota, cuando tenía unos veintiséis años y estuve a punto de quitarme la vida. Creo que el invierno, el frío, la falta de sol, para nosotros, seres tropicales, es un factor desencadenante. Y para decirte la verdad, eso de que de pronto desempaques aquí con tus maletas y dispuesto a mandar todo lo europeo para un carajo, nos pone a tu mamá y a mí en el colmo de la felicidad. Tú tienes más que ganado lo equivalente a cualquier 'título' universitario y tu tiempo lo has empleado tan bien en formarte cultural y personalmente que si te aburres en la universidad es apenas natural. Cualquier cosa que tú hagas de aquí en adelante, si escribes o no escribes, si te titulas o no titulas, si trabajas en la empresa de tu mamá, o en El Mundo o en La Inés, o dando clases en un colegio de secundaria, o dictando conferencias como Estanislao Zuleta, o como psicoanalista de tus padres, hermanos y parientes, o siendo simplemente Héctor Abad Faciolince, estará bien; lo que importa es que no vayas a dejar de ser lo que has sido hasta ahora, una persona, que simplemente por el hecho de ser como es, no por lo que escriba o no escriba, o porque brille o porque figure, sino porque es como es, se ha ganado el cariño, el respeto, la aceptación, la confianza, el amor, de una gran mayoría de los que te conocen. Así queremos seguir viéndote, no como futuro gran escritor, o periodista o comunicador o profesor o poeta, sino como el hijo, el hermano, el pariente, el amigo, el humanista que entiende a los demás y que no aspira a ser entendido. Qué más da lo que crean de ti, qué más da el oropel, para los que sabemos quién eres tú.
Por Dios, nuestro querido Quinquin, cómo vas a pensar que 'te sostenemos' [...] porque 'ese muchacho puede llegar lejos'. Pero si es que ya has llegado muy lejos, más lejos que todos nuestros sueños, mejor que todo lo que imaginábamos para cualquiera de nuestros hijos.
Tú sabes muy bien que las ambiciones de mamá y yo no son de gloria, ni de dinero, ni siquiera de felicidad, esa palabra que suena tan lindo pero que se alcanza tan pocas veces y apenas por períodos tan cortos (y que tal vez por eso mismo se aprecia tanto), para todos nuestros hijos, sino que por lo menos adquieran bienestar, esa palabra más sólida, más perdurable, más posible, más alcanzable [...] Lo que nosotros queremos es que tú vivas. Y vivir significa muchas mejores cosas que ser famoso, alcanzar títulos o ganar premios. [...] Yo creo que las cosas son así de simples, después de darles tantas vueltas y de complicarlas tanto. Hay que matar esos amores a cosas tan etéreas como la fama, la gloria, el éxito...
Bueno, mi Quinquin, ya sabes lo que pienso de ti y tu futuro. No tienes por qué angustiarte. Vas muy bien y vas a ir mejor. Cada año mejor, y cuando llegues a mi edad o a la edad de tu abuelo y puedas disfrutar de los paisajes de esta parcela de La Inés que pienso dejarles a ustedes, con sol, con calor, con verdor, vas a ver que yo tenía razón. No aguantes más allá de lo que te creas capaz. Si quieres volver te recibiremos con los brazos abiertos. Y si te arrepientes y quieres regresar otra vez, tampoco nos faltará con qué comprarte el pasaje de ida y regreso. Sin que te olvides nunca que el más importante es este último. Te besa tu padre".
El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince. Seix Barral